El gozo del Señor

Nehemías 8:10
La fuerza de un cristiano mengua muy a menudo. Es común que en distintas oportunidades y ante distintas circunstancias nos encontremos desanimados ante nuestros problemas. Sin embargo no hay peor desconsuelo para un cristiano que descubrir que en algo, por mínimo que esto sea, le ha sido infiel a su Padre Dios.
Esta era la situación del pueblo de Israel al retornar del cautiverio. Construyendo los muros de la ciudad encontraron los rollos de la ley y descubrieron que sus actos no habían sido regidos por la voluntad declarada de Dios. Por el contrario, cada una de sus acciones los llevaba más y más lejos de la comunión con su Dios y su Señor.
Pero al confrontar sus actos con la Palabra de Dios, los israelitas se compungieron de corazón y comenzaron a llorar. Hubo tristeza en ellos, hubo arrepentimiento pues reconocieron que lo que Dios declaraba en las Escrituras no era lo que ellos vivían día a día. Sus vidas no eran regidas por la Palabra de Dios. Esa tristeza del arrepentido, ese dolor ante el pecado se transforma ante la presencia de Dios en gozo celestial.
Aquel sacerdote que presidía la reunión era un hombre sabio, conocedor del corazón de Dios. Él consoló al pueblo con palabras llenas de sabiduría: “No lloréis, pues el gozo del Señor es nuestra fuerza...”
Sin importar las circunstancias dolorosas de nuestra condición espiritual, sin importar cuanto duela nuestro arrepentimiento, sin importar cuán grande sea nuestra falta, hallaremos fuerzas en el gozo que el Señor siente al ver el arrepentimiento de nuestro corazón. ¿No dice la Biblia por la noche durará el lloro y a la mañana vendrá la alegría...? (Salmo 30:5)
Tal vez lo más precioso de esta revelación es que por cada pecado cometido o lo que es lo mismo por cada ofensa cometida contra Dios, puede haber y debe haber un acto de arrepentimiento que despierte el gozo del Señor y renueve las fuerzas del cristiano para afirmar día a día nuestra fidelidad a nuestro Soberano Señor.

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